diciembre 15, 2010

Cómo detectar mentiras- Paul Ekman


REFLEXIONES DE PAUL EKMAN
Cuando comencé a estudiar este tema, no había modo de saber con qué me iba a encontrar. Existían afirmaciones contradictorias. Freud había dicho: “Quien tenga ojos para ver y oídos para oír puede convencerse a sí mismo de que ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Lo que sus labios callan, lo dicen sus dedos; cada uno de sus poros lo traiciona”. No obstante, yo conocía muchos casos en que la mentira había tenido gran éxito, y mis primeros estudios comprobaron que en la detección del engaño la gente no tenía más éxito que si actuara al azar. Los psiquiatras y psicólogos no eran en esto mejores que los demás. La respuesta a la que llegué me complace: no somos, como mentirosos, perfectos ni imperfectos, y detectar el engaño no es ni tan fácil como decía Freud, ni imposible. La cuestión es más complicada y por ende más interesante. Nuestra imperfecta capacidad para mentir es fundamental en nuestra existencia, y quizá necesaria para que ésta persista.
Piénsese en cómo sería la vida si todos supiesen mentir a la perfección o, por el contrario, si nadie pudiera hacerlo. He reflexionado sobre esto principalmente en relación con las mentiras vinculadas a las emociones, que son las más difíciles; por otra parte, son las que más me interesan. Si nunca pudiéramos saber cómo se sintió realmente alguien en cierta oportunidad, y si supiéramos que nunca lo sabríamos, la vida resultaría insulsa. Seguros de que toda muestra de emoción sería un mero despliegue destinado a agradar, manipular o desorientar al otro, los individuos estarían más a la ventura, los vínculos entre las personas serían menos firmes. Considérese por un momento el dilema que tendría que afrontar una madre o un padre si su bebé de un mes fuese capaz de ocultar y falsear sus emociones del mismo modo que lo hacen la mayoría de los adultos. Todo grito o llanto sería el de un “lobo”. Vivimos en la certeza de que existe un núcleo de verdad emocional, de que en su mayoría no quiere o no puede engañarnos sobre lo que siente. Si desvirtuar las propias emociones fuese tan sencillo como desvirtuar las propias ideas, si los gestos y ademanes pudieran disfrazarse y falsearse tanto como las palabras, nuestra vida emocional sería más pobre y más cohibida.
Pero si nunca pudiéramos mentir, si una sonrisa fuera el signo necesario y confiable de que se siente alegría o placer, y jamás estuviera presente sin estos sentimientos, la vida resultaría más difícil y mantener las relaciones, mucho más arduo. Se perdería la cortesía, el afán de suavizar las cosas, de ocultar aquellos sentimientos propios que uno no querría tener. No habría forma de pasar inadvertido, no habría cómo manifestar malhumor o lamer las propias heridas salvo estando a solas. Imaginemos que nuestro compañero de trabajo, amigo o amante fuera alguien que, en materia de control y encubrimiento de sus propias emociones, es como un bebé de tres meses, aunque en todos los restantes aspectos (inteligencia, aptitudes, etc.) es un adulto cabal. ¡Terrible perspectiva!
No somos ni transparentes como los bebés ni perfectamente disfrazables. Podemos mentir o ser veraces, discernir la mentira o no notarla, ser engañados o conocer la verdad. Podemos optar: ésa es nuestra naturaleza.



Cómo detectar mentiras:
http://www.inteligencia-emocional.org/cursos-gratis/detectar-mentiras/index.htm